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Muerto por la Sociedad

De Paul Dibar


Vincent van Gogh es uno de los personajes más queridos del mundo artístico y fue una de las figuras menos valoradas del mundo social. Fue despreciado, rechazado, disminuído...ovacionado, anhelado, enaltecido. ¿Cómo puede entenderse esto? Fue sujeto de dos sociedaes, una lo mató, la otra le dió vida, una lo criticó, la otra lo alabó, una no lo entendió, lo otra lo comprendió. Lo triste es que le tocó vivir en carne y hueso en una sola de ellas, en la que menos lo alentó, la sociedad que lo mató.

El holandés se sintió más a gusto con la naturaleza del país de los trovadores, la Francia del sol y la vida. Porque él mismo fue un apasionado poeta del pincel. Su papel: un bastidor, su tinta: el óleo, su inspiración: la creación. Todo en manos de aquel buscador que expresaría impulsivamente su visión de la realidad, su propia realidad, reflejada en aquellos campesinos laboriosos y cansados, intuída en aquella silla sencilla y solitaria, percibida en aquel autorretrato enérgico y vibrante. Pero esa sociedad no supo apreciar tan adelantado talento. Vincent fue un águila entre los pavos pero fue visto como una larva entre mariposas. ¿Cómo podía entenderse que un hombre tomara bajo su brazo su caja de pinturas al alba y volviera con un cuadro bajo su otro brazo al crepúsculo? El hombre de entonces debía cargar la pala y volver con tierra en las manos. ¿Es posible que semejante hombre cobijara en su casa a una prostituta solitaria, embarazada y enferma que vagaba tristemente por las calles? Aquella sociedad farisaica no conocía la hospitalidad, ignoraba la solidarida. Fue una sociedad que no aceptó la diversidad. Lo raro, lo diferente, había que exterminarlo, rechazarlo. ¿Cuán grave fue el pecado cometido que llevó al pueblo a levantar firmas para expulsar al "loco" (como ellos lo calificaban) a otra ciudad?

Vincent fue rechazado socialmente y descalificado artísticamente. Toda su humanidad ya estaba aniquilada y desprestigiada, pero él luchaba y se jugaba. Sabía lo que quería. Pero la sociedad lo ahogaba, lo mataba.

Es así que aquel enamorado de la vida vivió su propio calvario, cargó con su cruz a través de los altos trigales de la campiña francesa, respiró profundamente aquel aire puro, mediterráneo, escuchó el quejoso graznar de los cuervos revoltosos, sintió en su piel la fuerte caricia del mistral, y observó...observó cuidadosamente la magnificiencia a su alrededor, una vez más su mirada absorbío aquellos colores que encandilaron y estimularon su existir; miró cuidadosamente la misma creación, ésa que tan generosamente le prestó sus sonidos, sus aromas, sus colores, para que él mismo pudiera hacer su propia creación. Allí estaba, de pie, sólo . . . enfrentando a su mejor amiga: la naturaleza. Y sobre ella se desplomó, ante ella entregó su vida...para luego resucitar.

Es así como se cumple el famoso dicho que dice que uno valora las personas o las cosas cuando ya no las tiene. La sociedad que lo mató ahora lo resucitó. Sus obras pictóricas y su epistolario llegaron a todo el mundo, su nombre es conocido en todas las naciones y sus cartas las leen millones. ¿Cómo se entiende esto, cómo puede una sociedad ser tan cruel?¿Seguimos cometiendo el mismo error?

Comprobamos hoy que se cumplió lo que alguna vez le escribió a su "mecenas", a su queridísimo hermano Théo: "Llegará un día, sin embargo, en que se verá que todo ésto vale más que el precio que nos cuestan el color y mi vida".


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